
Al fuego más que al molde: la educación como legado
Un mural en homenaje a las maestras Tita Maya y Beatriz Restrepo.
Por: Valentina Cuervo Morales
Imagen: Cindy Melissa Sarmiento
Un mural en homenaje a las maestras Tita Maya y Beatriz Restrepo.
Por: Valentina Cuervo Morales
Imagen: Cindy Melissa Sarmiento
Un hombre no muy alto que carga además de una mochila tejida cruzada en el pecho, unos 60 años marcados en la piel, se detiene frente a una reja. - ¿Aquí no quedaba una corporación de arte? – pregunta. - Sí señor, pero la pasaron para allí a la vuelta, - contesta Adriana, la vigilante de ese gran edificio de ladrillos que ya no es academia de arte, sino colegio, mientras hace una “C” con el brazo para completar su respuesta. La pregunta resuena en mí, también se me hubiera cruzado por la mente que aquellos 13 metros de fachada tan colorida fueran punto de encuentro de artistas en formación. - Después de todo se sigue usando para educar personas, eso también es un arte. - pensé.
Erguida, en una esquina de Laureles, en la calle 43 con la carrera 78, esa construcción de ventanas anchas que hasta hace unos meses vestía de azul y beige, lleva ahora por piel un mural con el rostro de dos mujeres cuya memoria conversa entre morados, lilas y verde azules con una frase que reza: “La tierra es la casa de todos”.
Se trata de la profesora y gestora cultural Luz Mercedes Maya, o “Tita” Maya como solían reconocerla en el mundo educativo y musical de Medellín; y de Beatriz Restrepo Gallego, filósofa, escritora y docente universitaria. Ambas, entregadas en vida a despertar y formar espíritus críticos con la sensibilidad y la fuerza de quienes creen en el poder de cada individuo, legaron profundas reflexiones sobre el ejercicio de la enseñanza como acto de creación, cuestionamiento y entrega desde la libertad.
A Tita la música le atravesaba la vida como un río subterráneo en conexión con todo lo que hacía. Dando clase en el Colegio de Música de Medellín desde los 13 años [1], muy temprano entendió que la educación más que un molde, debía ser un fuego: había que avivarlo, alimentarlo, dejar que se expandiera sin miedo. Lo hizo con la música, con el arte, con el juego, convirtiendo cada espacio en un taller vivo de exploración y asombro. Experta en diseño pedagógico, estrategias educativas y desarrollo de herramientas de formación a través de la música y otras expresiones artísticas[2], entre tantas campañas emprendidas en 60 años, fundó Cantoalegre; diseñó la Universidad de los Niños con la Universidad EAFIT y sembró nuevas esperanzas en las infancias liderando la construcción de escuelas de música y llevando coros a los albergues temporales tras el terremoto de Armenia en 1999. Tita, además, fue asesora en el sueño de crear los colegios Comfama, hoy Cosmo Schools.
Beatriz, por su parte, no creía en la educación como un dogma ni como una serie de instrucciones a seguir. En su quehacer, aprender significaba explorar, desarmar el mundo pieza por pieza y armarlo de nuevo con un sentido propio. La literatura, la filosofía, la ética… todo formaba parte del mismo entramado en el que los maestros debían ser, más que una figura de autoridad, una guía para iluminar sin imponer el camino. Y así llevó con coherencia entre la docencia y la administración pública, la premisa del ejercicio honesto de enseñar para el verdadero aprendizaje: aquel que germina en la duda y florece en la libertad.
Influyentes y visionarias, ambas maestras fueron referentes para la ideación de ese colegio que tendría por nombre Cosmo Schools y cuya sede número nueve estaría inaugurándose cinco años después en el recinto que años atrás habría de ser academia de arte.
Para pintarlas, tuvieron que encontrarse también, dos mujeres atravesadas por la idea de que el arte es comunidad. Después de graduarse de la Universidad de Antioquia, Vanessa Forero y Daniela Ariza, ambas artistas plásticas, se dieron cuenta que tenían en común un sueño que trascendía el ornamento de la pintura enmarcada de galería y fue así como crearon 6bgraffitto. Poco a poco, la marca que comenzó como un emprendimiento para hacer y vender arte en forma de libretas y separadores, entendió que lo suyo no cabía en el formato discreto de los objetos, su trazo pedía más aire, más piel, más calle. Y así fue encontrando propósito en la posibilidad de crear mundos a través de los colores, de hacer mundos en los muros, mundos comunitarios y amplios, tan grandes como para que cupieran las manos pintoras de decenas de personas.
Como si hubieran abierto una llave de agua, el quehacer de 6bgraffitto, se convirtió en testimonio, en mensaje. “Creemos enormemente en que el arte puede ser atravesado por lo psicológico y ayudarnos a tramitar muchas emociones (...) hacemos también murales comunitarios que ayudan a la comunidad a ser parte de un mural y también a tener mucha apropiación de su territorio, mucha seguridad. Muchas personas nunca han pintado pero es muy bonito ver cómo se atreven a llegar a hacerlo” - comenta Daniela.
La tierra es la casa de todos dice el mural pintado por Daniela, Vanessa y su equipo de artistas. Esta frase, originalmente parte del proyecto ambiental de Cantoalegre [3], puede adquirir nuevos significados si se lee, por ejemplo, a través del contexto actual. En una tierra donde la historia ha sido fragmentada, donde la memoria muchas veces es incómoda y la identidad se construye en la tensión entre lo que fuimos y lo que se nos ha permitido ser, el muralismo se convierte en un gesto de reiteración de la libertad de expresión en los debates culturales.
Pintar un muro es nombrar, es señalar lo que estuvo y lo que aún pulsa bajo del concreto. Habitar el mundo no como adorno, sino como pregunta que agrieta y provoca una posibilidad. En un contexto marcado por el conflicto y la injusticia social en el que algunas obras de muralismo se asumen como actos políticos, hay mensajes que solo sobreviven cuando se escriben a gran escala, cuando se inscriben en la ciudad como una forma de decir "esto estuvo aquí", "esto sigue aquí", "esto importa".
Las historias que cuentan las paredes pueden llegar a ser tan poderosas como para interrumpir la indiferencia. Cual mensajeras, a Vanessa y Daniela las buscan justamente para que logren representar todo aquello que dicho de otra forma no podría ser parte de un museo abierto, vivo y accesible para quien quiera detenerse a apreciarlo. Al final, decisiones estéticas en las que intervino de todo menos el azar, se transforman en marcas de identidad que nos devuelven a la calle con los ojos más despiertos, con el sentido aguzado de que hay historias que se sostienen solo si alguien las cuenta.
6b ha construido además, con ayuda de manos amigas, las historias que se cuentan en las fachadas de Cosmo Robledo y las que hasta hace muy poco le daban vida a Cosmo Belén. “Para nosotras pintar un colegio ha sido muy significativo porque esa es como la entrada a los niños y a los adolescentes, entonces es muy bonito ver cómo ellos lo reconocen, cómo lo cuidan. (...) Significa mucha educación, no sólo es como por embellecer el paisaje o el colegio, sino ¿qué más transmite el mural?, entonces las personas empiezan a reinterpretarlo, ¿qué piensan?, ¿qué sienten?, en este caso fueron dos maestras, entonces la gente nos pregunta ¿y quiénes son ellas? y ¿por qué ellas, por qué no otras?, es muy bonito todo lo que significa eso, para nosotros significa el doble poder explicar, poder dar a conocer esas ideas que se plasmaron en la intimidad de una reunión, ya plasmarlo afuera, a la gente. Siento que eso lo hace muy bien un colegio porque es como tener un mural vivo, siempre van a estar hablando de él y siempre se va a dar algo positivo de eso”.
Así, en la caparazón de un colegio que alguna vez fue academia, en una ciudad que cambia sin pedir permiso, donde la memoria a veces se diluye bajo nuevas capas de pintura, hay historias que no pueden encerrarse en libros ni limitarse a las aulas; necesitan la calle, el sol, el roce de las miradas cotidianas para seguir vivas e interpretadas. Y cuando esas historias son las de maestras que hicieron de la educación un acto de creación y pensamiento crítico, de artistas que entienden el arte como un puente hacia lo común, el muro deja de ser solo un soporte para convertirse en un manifiesto. Y quizá en ello resida su mayor valor: en recordarnos que la educación y el arte, cuando se encuentran, pueden ser una forma de no dejar que el mundo pase desapercibido.